El secuestro de la literatura por una élite o la dictadura de los moñas
Hace tiempo que me moría de ganas de oirlo: Andreu Martín, el gran escritor catalán de novela negra, ha dicho de una vez que el rey va desnudo. En una entrevista publicada en El Punt, se refiere al estado de la literatura negra en Francia, Reino Unido, Italia y Alemania diciendo: "En estos países la cultura es concebida como algo popular y al alcance de todos. En cambio nosotros vivimos en un país donde una minoría elitista se ha apropiado de la cultura excluyendo desgraciadamente este tipo de novelas y de otros géneros".
Martín corta así el nudo gordiano del estado de la lectura en Cataluña. Hay un espacio central artificialmente ocupado por unos grupos de maníacos depresivos, pretenciosos y celosos, que funciona al margen de la realidad de los intereses del público, y lo que es peor, de quienes verdaderamente constituyen los grandes escritores del país. Véase como ya han comenzado a manifestarse ascos al éxito de Carlos Ruiz Zafón y su La sombra del viento. Pero el éxito de Zafón se debe a sus lectores, a los que ha sabido interesar y ganarse; la novela se ha vendido desde abajo, sin promoción, sin publicidad, sin televisión, sin popularización del autor, sin que éste aparezca vinculado a institución o capilla alguna. Gustará o no, pero lo que ha hecho este autor tiene justamente este mérito: triunfar por tu propia valía como escritor, sea poca o mucha.
En realidad, no es que no se vendan libros. Es que no se venden los que no se tienen que vender. Cada día no aparece una obra como la versión de La Divina Comedia a cargo de Joan Francesc Mira. Cuando acababa de publicarse, la gente salía de la FNAC con el libro bajo el brazo, un libro de lectura no fácil adquirido en una macrotienda popular. Pero los palizones pretenciosos de la fantasmada literaria que ocupa la escena tienen que quedarse en los anaqueles.
Me topé con las declaraciones de Andreu Martín ayer mismo, justamente cuando el fin de semana acababa de leer El reino del dragón de oro, deIsabel Allende, con el que he disfrutado como un camello. Allende se ha marcado una novela juvenil de aventuras, mezcla de Indiana Jones adolescente y Tintín en el Tíbet, con unas gotas de La selva esmeralda. Es un relato estimulante, que nos encanta a los que desconfiamos de los ceños fruncidos (ya se sabe que el animal más serio es el burro). Tendría narices que ahora atendiéramos a esos egos gigantescos henchidos de suficiencia cuando de bien jóvenes aprendimos a romper con esa estupidez gracias a Richard Lester y su ¡Qué noche la de aquel día! Quien ha saltado una vez al ritmo de She loves you o Please, please me no debe volver a caer en la trampa.
Y es que Inglaterra siempre nos salva, primero con los Spitfire, luego con la BBC y ahora con Harry Potter. El éxito del joven mago no ha sido un producto de la industria cinematográfica, sino que ha sido esta quien ha ido a buscar un producto que fue erigido libro a libro por los lectores juveniles. Poca broma. Pero ya se sabe que el viejo cuento de la manipulación de las industria culturales y la publicidad bla, bla, bla, pesa más que las realidades puras y duras. A Harry Potter, como a Carlos Ruiz Zafón, los han hecho los lectores y nadie más. Por eso los pelmazos les tienen tanta rabia, y por eso persisten las leyendas urbanas de la manipulación mediática. Para evitar que se vea la realidad: quien escribe de manera interesante consigue interesar.
Y el que lo dude, que pruebe a ver si le salen cosas como a Jack London, Hermann Melville Robert L. Stephenson o, por lo menos, Emilio Salgari. No hay cojones.
Postscriptum: si te gusta La sombra del viento y no has leído su predecesora, Marina, aún no has visto nada.
Otra postscriptum: Por supuesto, a los moñas tampoco les gusta el Bookcrossing. Gracias a él, los libros corren de mano en mano y la gente los lee, sin esperar a que nadie les diga lo que deben leer o no desde cualquier púlpito. Hay que hacerle también ascos, por supuesto; faltaría más que se leyera sin nuestra aquiescencia.
Martín corta así el nudo gordiano del estado de la lectura en Cataluña. Hay un espacio central artificialmente ocupado por unos grupos de maníacos depresivos, pretenciosos y celosos, que funciona al margen de la realidad de los intereses del público, y lo que es peor, de quienes verdaderamente constituyen los grandes escritores del país. Véase como ya han comenzado a manifestarse ascos al éxito de Carlos Ruiz Zafón y su La sombra del viento. Pero el éxito de Zafón se debe a sus lectores, a los que ha sabido interesar y ganarse; la novela se ha vendido desde abajo, sin promoción, sin publicidad, sin televisión, sin popularización del autor, sin que éste aparezca vinculado a institución o capilla alguna. Gustará o no, pero lo que ha hecho este autor tiene justamente este mérito: triunfar por tu propia valía como escritor, sea poca o mucha.
En realidad, no es que no se vendan libros. Es que no se venden los que no se tienen que vender. Cada día no aparece una obra como la versión de La Divina Comedia a cargo de Joan Francesc Mira. Cuando acababa de publicarse, la gente salía de la FNAC con el libro bajo el brazo, un libro de lectura no fácil adquirido en una macrotienda popular. Pero los palizones pretenciosos de la fantasmada literaria que ocupa la escena tienen que quedarse en los anaqueles.
Me topé con las declaraciones de Andreu Martín ayer mismo, justamente cuando el fin de semana acababa de leer El reino del dragón de oro, deIsabel Allende, con el que he disfrutado como un camello. Allende se ha marcado una novela juvenil de aventuras, mezcla de Indiana Jones adolescente y Tintín en el Tíbet, con unas gotas de La selva esmeralda. Es un relato estimulante, que nos encanta a los que desconfiamos de los ceños fruncidos (ya se sabe que el animal más serio es el burro). Tendría narices que ahora atendiéramos a esos egos gigantescos henchidos de suficiencia cuando de bien jóvenes aprendimos a romper con esa estupidez gracias a Richard Lester y su ¡Qué noche la de aquel día! Quien ha saltado una vez al ritmo de She loves you o Please, please me no debe volver a caer en la trampa.
Y es que Inglaterra siempre nos salva, primero con los Spitfire, luego con la BBC y ahora con Harry Potter. El éxito del joven mago no ha sido un producto de la industria cinematográfica, sino que ha sido esta quien ha ido a buscar un producto que fue erigido libro a libro por los lectores juveniles. Poca broma. Pero ya se sabe que el viejo cuento de la manipulación de las industria culturales y la publicidad bla, bla, bla, pesa más que las realidades puras y duras. A Harry Potter, como a Carlos Ruiz Zafón, los han hecho los lectores y nadie más. Por eso los pelmazos les tienen tanta rabia, y por eso persisten las leyendas urbanas de la manipulación mediática. Para evitar que se vea la realidad: quien escribe de manera interesante consigue interesar.
Y el que lo dude, que pruebe a ver si le salen cosas como a Jack London, Hermann Melville Robert L. Stephenson o, por lo menos, Emilio Salgari. No hay cojones.
Postscriptum: si te gusta La sombra del viento y no has leído su predecesora, Marina, aún no has visto nada.
Otra postscriptum: Por supuesto, a los moñas tampoco les gusta el Bookcrossing. Gracias a él, los libros corren de mano en mano y la gente los lee, sin esperar a que nadie les diga lo que deben leer o no desde cualquier púlpito. Hay que hacerle también ascos, por supuesto; faltaría más que se leyera sin nuestra aquiescencia.
2 comentarios
Gabriel Jaraba -
El conde de Montecristo. Los hermanos Karamazov. Ana Karenina. La cartuja de Parma. Todo J.D. Salinger. Manhattan Transfer. Moby Dick. La isla del tesoro. Colmillo Blanco. Por ahí iba yo.
odyseo -
Un saludo